Contrariamente a estas expectativas, el ritmo del mundo parece acelerar cada vez más. Carl Honoré, en su ensayo “Elogio de la lentitud: desafiando el culto a la velocidad”, explica que saber bajar el ritmo en el lugar de trabajo tiene una importancia vital tanto para nuestra productividad como para nuestra felicidad.
La pregunta es: ¿Qué pasó con la “Era del ocio”? ¿Por qué las personas trabajamos todavía tanto?
Para dar respuesta a este debate, Honoré explica que “la mayoría de la gente está de acuerdo en que el trabajo es un componente positivo para nuestras vidas. Puede ser divertido, incluso enriquecedor. A muchos de nosotros nos gusta nuestro trabajo, el desafío intelectual, el esfuerzo físico, la socialización, el estatus… Pero dejar que el trabajo se apodere de nuestras vidas es una locura».
Y es que hay toda una serie de aspectos importantes en nuestras vidas que necesitan tiempo: los amigos, la familia, las aficiones, el descanso… Para evitar que estos simples elementos se solapen entre ellos en una lucha contra el reloj, el movimiento Slow está moviendo su batalla hacia las horas que pasamos en el lugar de trabajo.
Un ejemplo a tomar en consideración es el de Francia, que ha establecido por ley una semana laboral de 35 horas (las horas extra se recuperan con días de vacaciones).
El resultado es que para muchos franceses el fin de semana empieza ya desde el jueves o acaba el martes. Los trabajadores utilizan este tiempo para descansar o bien para ampliar sus horizontes. De hecho, las actividades artísticas, musicales o las inscripciones a las clases de idiomas, por ejemplo, han aumentado de forma significativa.
Además, la gente con tiempo libre gasta más en actividades de ocio, haciendo necesaria la creación de nuevos puestos de trabajo en este sector.
Y hablando de calidad en el trabajo, Emilie Guimard, economista parisina, afirma mientras habla de su nuevo horario de trabajo de 8h a 3h de la tarde que “cuando estás relajado y feliz en tu vida personal, también trabajas mejor. La mayoría de nosotros en la oficina sentimos que somos más eficientes en el trabajo de lo que solíamos ser en el pasado”.
Desde el principio de la revolución industrial, la norma ha sido pagar a las personas por el tiempo que pasan en el trabajo más que por lo que producen.
Probablemente haya llegado el momento de preguntarse: ¿qué pasaría si empezáramos a premiar los objetivos alcanzados en vez del tiempo empleado en alcanzarlos?