En las últimas décadas el fenómeno slow ha entrado lentamente en muchas de nuestras actividades diarias. Nos anima a comer lentamente (slow food), vivir de un modo más sosegado, viajar sin prisas y ahora, cómo no, ponernos en forma con ejercicios lentos y suaves.
Este movimiento elogia la lentitud como base para combatir el estrés y aprender a disfrutar de la vida con mayor plenitud. Pero también es una forma de retomar nuestra auténtica esencia y escapar a la vorágine que nos rodea continuamente.
A pesar de que parezca una contradicción, moverse lentamente puede ser la mejor opción para reforzar nuestros huesos y prevenir la osteoporosis, quemar calorías y ponerse en forma.
Sí, movernos lentamente puede ayudarnos mantener e incluso mejorar la forma. ¿El secreto? La gravedad. Estamos sometidos a ella y continuamente tenemos que realizar un trabajo físico para vencer a la fuerza de la gravedad. Y si no prueba esto, ponte de pie con los brazos en cruz, mantente así unos minutos, y verás el ejercicio que tiene que hacer tu espalda, hombros, brazos, incluso el cuello ha de trabajar para mantener esa postura. Pues bien esa es la esencia del slow fitness.
Con constancia, el slow fitness nos ayuda a estilizar la figura, reforzar los huesos y conseguir un peso saludable, pero también es útil para aliviar el estrés, mejorar el equilibrio e incluso equilibrar la mente. Además el slow fitness es apto para todo el mundo, ya que no es agresivo para las articulaciones ni los huesos, de modo que lo puede practicar desde niños, a personas mayores e incluso quienes lleven tiempo sin hacer ejercicio.
Otra buena cualidad del slow fitness, es que puede ser una forma suave de adoptar una rutina de entrenamiento, unos nuevos hábitos que acaben calando en tu vida y que te permitan trasladar esa forma de vivir slowly a otras actividades diarias. Por ejemplo, puede ser el revulsivo que necesitas para empezar a cuidar tu alimentación y comer más saludablemente, con recetas como las que encontrarás en nuestro apartado de recetas